Sí, lo sé. La temida vuelta al trabajo. Es la conversación del momento. En el puesto 2 del ranking por detrás del ligoteo del supermercado.

Estos días la TV nos mostrará decenas de niños, unos llorando y otros llorando aún más, viviendo el drama de la vuelta al colegio. Por cierto, siempre he visto fatal que cualquier programa se tome a “cosas de críos” este trauma infantil. Pero, si grabaran a más de un adulto en su vuelta a la realidad, veríamos que volver al trabajo se hace cuesta arriba para la mayoría. Se habla, incluso, de síndrome.

En agosto te daba algunas claves para que tus vacaciones fueran bien aprovechadas y volvieras en bienestar. Te las recuerdo: Desconecta, Descansa, Disfruta y Desintoxica tu cuerpo. ¿¿Me hiciste caso?? Las compartía tras mi experiencia vacacional en julio, en la que me permití esas 4D (bueno, para ser honestos, 3.5D. La de desintoxicación la he llevado regular y estoy ya manos a la obra).

Lo cierto es que, solo si hemos descansado y desconectado profundamente en vacaciones -que para eso son-, la vuelta va a ser menos dramática o, incluso, motivadora. Si tienes niños cerca verás que, cuando se aburren, despierta su creatividad de manera mágica, y que la última semana de vacaciones ya están deseando hacer algo diferente, comprar el material nuevo para “el cole”, encontrarse con los amigos, etc. Están motivados por comenzar… excepto los adolescentes. Mi hijo me dice que le apetece empezar, ver a los colegas un rato y ya volverse a casa otra vez.

Dejando a un lado la adolescencia y sus particularidades, algo parecido a los niños nos pasa a los adultos: si hemos descansado bien, la vuelta al trabajo la llevamos con algo más de motivación. Ocurre, además, que el descansito mental y la desconexión de verano dan espacio en la cabeza para nuevas ideas. Es habitual que en verano nos permitamos pensar más y “parir” nuevos proyectos.

Un duelo

El año pasado por estas fechas te compartía unas recomendaciones para el back to work basadas en la psicología positiva (te lo comparto por aquí: https://cristinajardon.com/como-mantener-el-bienestar-mas-alla-de-las-vacaciones/

Podría replicar el artículo y enchufarlo de nuevo, pero me doy cuenta de que puede que sean recomendaciones muy elevadas o pretensiosas para un gran número de personas.

Hace una semana, en una de las sesiones con una de mis coachees salió su desmotivación hacia la vuelta al trabajo. “Me cuesta muchísimo la vuelta al trabajo. Necesito trabajarme esto -me decía. ¿Cómo puedo motivarme?”.

Entre otras cosas, vimos con qué conectaba ella con la palabra “vacaciones”. Y esto era: libertad, tiempo libre, descanso. “¿De qué manera puedes mantener esto una vez te incorpores a trabajar?”-le preguntaba. Y ahí se abrió para ella un mundo de posibilidades.

Es decir, está claro que si septiembre nos cuesta es porque sentimos y vivimos un pequeño duelo. Muere algo en nosotros (para mi coachee moría o desaparecía su libertad, su descanso y su tiempo libre). Por eso aparece la tristeza (de lo que creo que ya no tendré), o la frustración, o el enfado (de no poder hacer lo que quiero, sino lo que siento que me es impuesto). Pero solo es un juego de la mente. En realidad, seguro que podemos mantener de alguna manera algo -por poco que sea- de esa esencia que para cada uno de nosotros significa la palabra vacaciones. Para otros, sin embargo, volver a la rutina de septiembre con el trabajo es formidable, tras vacaciones de estrés o de no parar. El comentario de “qué ganas tenía de volver al ritmo” quizás te lo encuentres estos días en alguna conversación.

Un cambio

Pero si no es así, si leyendo mis letras anteriores aún no te he convencido y sigas pensado que volver al trabajo es de lo peor del momento, entonces, quizás estás postergando un cambio que necesites hacer.

Como te decía, el espacio sin presión de las vacaciones de verano nos ayuda a la reflexión. Y, fruto de ello, muchas personas se plantean cambios a su vuelta. Algunos cambios son drásticos –“en cuanto llegue, presento mi dimisión”-, y otros simplemente un cambio de perspectiva, de actitud, de tareas o un departamento.

Nos asusta el cambio. Sin embargo, una queja constante y sostenida en el trabajo y sobre el trabajo nos indica que hay alguna pieza que no encaja. Habrá que tomarse un tiempo para pensar en ello y actuar. Eso es el cambio: acción. Y cualquier acción pequeña puede ser el ingrediente que necesitamos para encontramos mejor con lo que hacemos, facilitando que la vuelta sea más motivadora.

Hay algunas preguntas que pueden ayudar en esa reflexión hacia el cambio en el trabajo:

  • ¿Me gusta lo que hago?
  • ¿Crezco con ello?
  • ¿Siento que aporto? ¿A quién? ¿En qué medida?
  • ¿Me encuentro bien en el trabajo (tareas, relaciones, lugar, etc)?
  • ¿Qué podría cambiar para encontrarme en mayor bienestar?
  • ¿Qué podría cambiar para sentirme con mayor motivación?
  • ¿Qué tengo que dejar/soltar? ¿A qué tengo que abrirme?

El miedo al cambio no ayuda nunca, pero aún menos en la vuelta al trabajo. Septiembre es el momento idóneo para hacer grandes o pequeños cambios. Un nuevo enfoque, una nueva función, un nuevo equipo, un proyecto nuevo a liderar… pueden ser suficientes para tener una vuelta al trabajo con mayor motivación.

Aceptar

Claro que, el cambio, así sobre papel, puede resultar sencillo. Sin embargo, detrás de cada persona existe una realidad y, en ocasiones, un cambio no es tan fácil de ejecutar. El peso de las facturas, la trayectoria acumulada en una organización, la pereza hacia nuevos aprendizajes, la inseguridad frente a un nuevo escenario, la comodidad o la jubilación a los pocos años son algunos de los obstáculos más comunes a la hora de decidir dar un cambio en el trabajo. Por tanto, no nos queda otra que la aceptación.

La RAE nos dice que aceptar es recibir voluntariamente o sin oposición lo que se da, ofrece o encarga.

Desde la inteligencia emocional, aceptar no significa derrota, ni fracaso, ni resignación. La aceptación bien gestionada es, en sí misma, una excelente estrategia de gestión emocional. Aceptar gestionando bien significa que la actitud que adoptamos es positiva (o neutra), pero en ningún caso negativa. Ahí ya entraríamos en resignación: como no me queda otra, acepto a regañadientes. Si acepto, he asumido la responsabilidad de lo que significa tomar la decisión de aceptar. Es, por tanto, totalmente incoherente, aceptar y adoptar la actitud de queja, como si fuéramos adolescentes.

Aceptar la vuelta al trabajo con actitud positiva (que no optimista y dando saltos de alegría) implica que entiendo y comprendo que hay cosas del trabajo que no me gustan y que hay muchas cosas que quizás deberían cambiar. Pero también entiendo y comprendo que -por las razones que cada uno tiene – elijo seguir en el trabajo en el que estoy. Porque, de lo contrario, como adulto, haría un cambio.

Habilidades como la resiliencia y la gratitud pueden ser de gran ayuda en el proceso de aceptación. Por otro lado, las relaciones sanas y constructivas que tengas en el trabajo con compañeros y colaboradores pueden ser una palanca de motivación para la vuelta.

A mí septiembre me parece el mes del comienzo. Más que enero, incluso. En veranos, por lo normal, le doy un repaso a mi trabajo y veo si quiero seguir en la misma línea o puedo (y quiero) dar un cambio, por pequeño que sea. Por eso, en septiembre suelen aparecer proyectos nuevos que me hacen tener una mirada fresca y motivante. Y sé que esto no solo me sucede a mí. Fíjate la cantidad de personas que comparten estos días en LinkedIn sus nuevos pequeños cambios.

Comenzamos el último cuatrimestre que, por lo general, suele ser muy exigente para todos ya que concentra en menos tiempo lo mismo -o más- de los to-do de cuatrimestres anteriores. Por eso creo que de vital importancia reflexionar sobre cómo acometemos la vuelta, desde qué actitud, con qué sentimientos… si me impulsan o me desgastan de partida. Y, desde esa reflexión honesta, decidir como adultos qué mantener, qué cambiar y qué aceptar en esta vuelta de septiembre.