Si a mí me hubieran contado esto en mi adolescencia… me habría ahorrado conflictos y ese sentimiento de culpa horrible que siempre me acompañaba tras mis secuestros emocionales y mis “puyitas” hacia otras personas. Porque, de verdad te digo que, para los impulsivos y buenas personas -porque luego hay de todo- cuando has lanzado tu flecha a la velocidad de la luz y ves el impacto en el otro o cómo le ha dolido lo que has dicho, te quedas mal. Muy mal. Y aquí se añade otro problema.

Éste fue uno de mis grandes sufrimientos en la adolescencia: la impulsividad. Me llevó a perder amigos, a que no me contaran cosas y a ponerme el mote de “la borde” del grupo. Y todo por no ser capaz de gestionar el impulso emocional.

Hoy, unos 30 años más tarde, y dedicándome a lo que me dedico me pregunto si aquella experiencia (y otras) no fueron el inicio de mi deseo por convertirme en Experta en Inteligencia Emocional y ayudar a líderes y equipos en su gestión emocional.

Así que, desde esta experiencia de vida, comparto mi artículo… por si te aporto algo de utilidad para mejorar la regulación de tu impulsividad y, con ellos, las relaciones en tu trabajo.

 

La impulsividad y las malas relaciones son dos problemas comunes que afectan al funcionamiento de los equipos y que minan el funcionamiento de una Organización. Estos problemas están relacionados con la forma en que las personas gestionamos nuestras emociones en el trabajo.

Pero también, la impulsividad nos lleva a tomar decisiones poco elaboradas y quizás erróneas.

Vamos a explorar un poco en el porqué de la impulsividad para entender más cómo funciona nuestro cerebro … y poder cambiar la manera de actuar.

 

 

El cerebro emocional y la impulsividad

El cerebro emocional (o límbico) es una parte importante del cerebro humano que se encarga de procesar y regular nuestras emociones. En él, la amígdala es una estructura clave, centro regulador de las emociones. La amígdala funciona como un radar en busca de amenazas y oportunidades y el sentido de su existencia en nuestra cabeza es la de garantizar nuestra supervivencia. Es decir, se activa más o menos en función de las experiencias que considera más o menos peligrosas y emite las señales correspondientes a todos los órganos del cuerpo para que se ponga en marcha en cada situación.

Por ejemplo, cuando el hombre vivía en las cavernas, su amígdala activada y en alerta podía salvarle de un ataque de un depredador y le daba la fuerza en los músculos suficiente para correr. Que ponga el ejemplo de la caverna no es casual, es porque la amígdala es una estructura cerebral que nos viene de aquellos momentos y que la conservamos casi igual y con la misma función.

 

Y, ¿cómo funciona?

En condiciones normales, ante cualquier situación de intensidad emocional moderada, la amígdala envía una señal al neocórtex -el área pensante del cerebro o cerebro racional- buscando ayuda para la interpretación de la situación y el cerebro racional envía, as u vez, la señal de vuelta a la amígdala para modular la intensidad, la duración y la interpretación de la experiencia emocional.

Ahora bien…, cuando percibimos una amenaza, ya sea real o imaginaria, alguna experiencia que genera miedo o altos niveles de estrés, la amígdala se activa a su máximo rendimiento y la respuesta emocional toma el poder de la situación, anulando por completo la participación del cerebro pensante. En otras palabras, actuamos impulsivamente sin pensar.

Daniel Goleman llama a esto “secuestro de la amígdala”, porque realmente estás secuestrado en ese momento: no eres tú quien contesta, son tus emociones infladas. Y tus emociones desatadas te colocan en una situación de respuesta impulsiva en la que se pueden dar 3 posibles comportamientos: que te quedes helado, parado, sin poder reaccionar (freez mode); que sientas el impulso de enfrentarte y luchar (fight mode) o que salgas huyendo (flight mode).

Si pensamos por un momento en alguna situación de pánico, estas 3 conductas se ven muy claras. Pero… ¿alguna vez has vivido alguna de ellas en el trabajo? ¿Alguna vez te has quedado paralizado ante una mala contestación inesperada? O, ¿te has enfrentado a alguien a gritos? O, quizás, ¿has huido ante una situación que te sobrepasaba?

Pues éstas también son respuestas a tu amígdala superactivada.

Pero hay otras muchas formas en las que la impulsividad puede manifestarse, como la dificultad para esperar una recompensa, actuar sin pensar en las consecuencias o tener dificultades para mantener el enfoque en una tarea durante un período prolongado de tiempo. En el lugar de trabajo, la impulsividad puede ser especialmente problemática ya que puede afectar negativamente a la productividad, la calidad del trabajo y las relaciones con los colegas.

 

¿Se puede cambiar la impulsividad?

Sé que sí en base a mi experiencia. Yo misma soy el primer estudio empírico que conozco, pero no el único. En los procesos de acompañamiento con algunos Directivos hemos trabajado este punto con resultados muy satisfactorios.

Una de las herramientas top para ello es, sin duda, la práctica de la meditación mindfulness. Mindfulness ha demostrado tener un efecto positivo en el cerebro emocional y ayuda a reducir la actividad en la amígdala -¡y el tamaño!-, lo que a su vez mejora la capacidad de una persona para regular sus emociones.

Sí, funciona. Básicamente porque favorece la calma del sistema nerviosos, que es el que incita a la amígdala a reaccionar.

 

Cómo gestionar la impulsividad en el trabajo

 

Además de mindfulness, hay otras estrategias que pueden ayudar a gestionar la impulsividad en el lugar de trabajo.

En el programa SEARCH INSIDE YOURSELF, de Inteligencia Emocional y Liderazgo, le dedicamos un módulo a la regulación emocional y practicamos una técnica para la gestión de momentos de disparadores emocionales. Se llama PaRARR y, como cualquier técnica para este fin (STOP, PROA, Semáforo…), te invita a parar y reflexionar antes de responder. Y ahí, en parar, está la clave. Es, sin duda, una de las técnicas que con más frecuencia practican los asistentes en su día a día y nos reportan que, cuando son capaces de percibir el impulso a reaccionar y logran parar antes de responder, respiran profundo y reflexionan, pueden manejar la situación con dominio emocional. Para muchos ha sido un verdadero logro.

Así que otra de las estrategias que te sugiero es que llevas la atención a percibir ese impulso previo a la reacción inmediata, para parar y respirar hondo para tomar alternativas en tu respuesta. Quizás tengas que morderte la lengua más de ahora en adelante…

¿Más estrategias? Por ejemplo, crear un entorno de trabajo que fomente la colaboración y la comunicación abierta. Cuando los colegas se sienten seguros para compartir sus ideas y preocupaciones, es menos probable que se produzcan malentendidos o conflictos que puedan aumentar la impulsividad.

También es importante establecer límites claros en cuanto a la cantidad de trabajo que se debe hacer en un día o semana. Cuando las personas están abrumadas con demasiado trabajo, pueden sentirse estresadas y agobiadas, lo que aumenta la impulsividad. Aprende a decir NO con una sonrisa.

La gestión de la impulsividad es un proceso continuo. A medida que aprendas a gestionar tus emociones de manera más efectiva, es posible que te surjan nuevos desafíos. ¡Nunca terminamos de entrenar nuestra inteligencia emocional!

 

 

Conclusión

 

La impulsividad y las malas relaciones pueden ser dos problemas importantes en cualquier organización, pero hay estrategias prácticas que pueden ayudar a gestionarlos. La meditación, la atención plena, el establecimiento de metas claras, la creación de un entorno de trabajo colaborativo y la definición de límites claros son algunas de las estrategias que pueden ayudar a gestionar la impulsividad en el lugar de trabajo. Aunque puede ser un proceso continuo, es importante recordar que la gestión de la impulsividad es posible y puede mejorar la productividad y la calidad del trabajo en una organización. Con la ayuda de la neurociencia, podemos comprender mejor cómo funciona nuestro cerebro emocional y cómo podemos gestionar nuestras emociones para lograr un entorno laboral más positivo y productivo.

 

 

Cristina Jardón es Experta en Inteligencia Emocional aplicada a las Organizaciones y Bienestar Corporativo. Dirige el programa Certificación en Bienestar Organizacional de Sagardoy Business & Law School.